Caminar lo inmenso es una cuestión imaginativa
en combinación con un cuerpo armónico.
Descubrir el contraste de la estación de la floración,
mezclada con viento helado, es un estallido de emociones
Poder transformar las montañas en escalones sin domar y transmutar la vegetación mediterránea en glóbulos verdes que traspasan tus venas, hasta instalar su esencia en el corazón de los paridos en esta tierra, es una vivencia aterradoramente bella.
Vencedora en cada gemido y absorta en cada horizonte. Así lo vivo y así me alimento de ello. Un banco de sensaciones en el que invierto suspiros de incertidumbre y me devuelve indestructible ímpetu sin intereses.
Pensándolo bien, nada es tan complicado, quizá no sea necesario reinventar paisajes para viajar por nuestra realidad, quizá y solo quizá, tan solo necesitemos un trocito acogedor sobre el que afianzar un abrazo sincero.
Las vicisitudes inesperadas nos impulsan a cuestionar, a pensar, a relegar, a acoger, a crecer y a creer…Yo creo en los abrazos efusivos, en los desafíos, en la potencia de una mirada, en el respeto a todo los que nos rodea, en el equilibrio y en la convivencia entre personas.
En nuestros cerebros repletos de clichés
sexuales y con tendencia casi enfermiza a encasillar a nuestros semejantes, las
palabras de la para mí recién descubierta diosa Tara, a la que considero la primera
feminista del mundo, inundan de verdad y criterio la deshumanizada costumbre de
conceptuar, discriminar, diferenciar y utilizar la exclusión en cualquiera de
sus formas.
Con sus palabras nos invita a hacer un
exorcismo de dogmas, manifestando con sabio criterio y abrumadora naturalidad,
la empatía con todos los “seres sintientes” como los denomina esta deidad del
budismo, a la que antes de alcanzar la iluminación su maestro le manifestó:
-“Que lastima que estés en el cuerpo de una
mujer, si quieres alcanzar la iluminación, tendrás que volver como hombre”, a lo
que ella respondió;
-“Aquí no hay hombre ni mujer, ni yo, ni
persona, ni conciencia. Etiquetar es hueco”…
Existen y persisten infinidad de normas, leyes y mensajes culturales que afectan y excluyen taxativamente a las mujeres. Esperando y luchando por el cambio a nivel mundial de esta actitud por parte de todos y todas, concluyo con la reflexión de esta madre de la sabiduría:
“Son muchos los que quieren
alcanzar la iluminación suprema en un cuerpo de hombre, pero pocos los que
desean obrar por el bien de todos los seres en un cuerpo de mujer. Hasta que
este mundo quede vacío, yo velaré por el beneficio de todos los seres sintientes
en un cuerpo de mujer”.
Colgarse de caminos, pasajes y paisajes, es como mecer el corazón.
Brazos amorosos tan llenos de verdad que tienen
la cualidad de inventarse sentidos y descorchar la primitiva necesidad de
envolvernos y enredarnos en su silenciosa simplicidad. Es pura codicia de autenticidad,
lo sé…pero su carencia de condiciones y su altruismo despojado de la tan innecesaria
practicidad, es una suave exhalación de aire fresco, que descongestiona y
gestiona cerebros preñados de cotidianos contratos de acumulación.
Caminar de su mano nos refleja en un autorretrato de inexorable realidad, sin juzgar ni catalogar, una respiración profunda de libertad y vida.
Permítenos que sigamos colgándonos de tus fornidos brazos de corteza y savia. Danos tu consentimiento para que auscultemos tu canturreo de hojas susurrantes y así ovacionemos la perpetua orquesta de ramas, que balanceadas por el suave viento que esparce aromas de una inminente primavera, nos coagule la incertidumbre y nos inunde de provocador y turbulento regocijo.
Todo lo que evoca se funde intangible en nosotros y es precisamente esa abstracción la que lo hace real y presente. Sólo las manos que se atreven a rozar la aterciopelada rugosidad de la piel de sus ramas sudorosas de vida, llevan el tatuaje invisible que nos legitima como LIBRES.