© Carmela Rufanges – COMENTAR en ‘entradas recientes’ o ‘archivos’
Si algo nos enseña la existencia y la subsistencia, es que sucumbir a las sombras es patrimonio de tenues luces, a las que solo absolvemos porque intuimos que los que carecen de brillo son poseedores de perspicacias limitadas.
Cuando la proximidad despierta la pasión, la atracción y la convulsión de la piel, nos convertimos en prodigiosos histriones protagonistas de una sensualidad desatada de ternura y amor.
¡Amor!…Ese sentimiento tan abstracto como sublime. Sentimiento profundo y poderoso, que debe gritarse con tácita y meditada discreción por su extrema fragilidad. Cuando la proximidad se torna deliciosamente opresiva y se transforma en deseo, hay una fusión explosiva de fluidos cerebrales tan incontrolable como terrenal. Las manos, el cuerpo y el alma se funden en una inhalación profunda, mientras se entrelaza lo tangible con lo subjetivo.
Lo acreditado con sesudos estudios es insustancial comparado con la intensidad del sentimiento humano, es tan solo un recurso estilístico que nos enseña con tenaz empeño, que remotamente no es jamás, es tan solo una posibilidad.